miércoles, 18 de mayo de 2011

KATHARINE HEPBURN

La mujer independiente

Hay actrices y actores que han marcado un antes y un después en la historia del cine. Katharine Hepburn fue una de ellas. Con su llegada a Hollywood, en 1932, llegó otra mujer a la pantalla. De fuerte personalidad y con una sólida formación académica, era una actriz que no estaba dispuesta a doblegarse a los cánones de los grandes estudios.

Independiente, rebelde, inconformista, instruida y liberal, batalló para hacerse un sitio en un mundo dominado por hombres.

Nació en el año 1912 en el seno de una familia acomodada. Hija de un prestigioso urólogo y de una sufragista que luchó por la anticoncepción, Hepburn recibió una educación liberal, que le ayudó a desarrollar una gran conciencia social y política. Estudiante universitaria y amante de los deportes, cultivó el gusto por las artes y por la interpretación, lo que le llevó a ganarse la vida como actriz en los escenarios de Broadway. 


Hepburn se preparó a conciencia para triunfar en el teatro, sin pensar en el mundo del cine. Los cazatalentos de Hollywood no tardaron en descubrirla y, una vez que aceptó dar el gran salto, llegó a California dispuesta a triunfar, pero sin renunciar ni un ápice a sus principios, como llevar pantalones, resistirse a airear su vida privada en la prensa del corazón o mostrarse dócil con los directivos. Con ese currículum y con su fuerte personalidad, el choque fue inevitable. Hepburn no encajaba en los dos arquetipos femeninos al uso: la mujer fatal, que lleva al hombre a la perdición, o la chica sumisa que espera la felicidad en brazos de su amado. Ella encarnaba como nadie a la mujer independiente, que abre nuevas posibilidades y que aspira a una relación de igual a igual. Una mujer moderna, capaz de inventar nuevas reglas del juego y de decidir sobre su propia vida.

Estas cualidades, inseparables de la personalidad de la actriz, fueron idóneas para interpretar las alocadas comedias de los años 30, con títulos como La fiera de mi niña Vivir para gozar . A pesar de que ganó su primer Oscar en 1933, con Gloria de un día , su tercera película, su sentido de la libertad la convirtió en una rebelde a ojos de los estudios. Su independencia y su fuerza también provocaron cierta antipatía entre el gran público y la prensa, con los que no acabó de conectar, por lo que se le tachó de "veneno de las taquillas". Calificada de altiva, niña rica y caprichosa.
Amante del excéntrico magnate Howard Hughes, representaba un estilo de vida poco convencional. Su físico, algo andrógino, tampoco era habitual, era diferente, otro signo de modernidad. En 1939 Hepburn regresó al teatro, donde triunfó con Historias de Filadelfia , obra que más tarde llevó al cine de la mano de George Cukor. A partir de aquí, su éxito fue imparable y el público supo reconocer, al fin, en la figura de la actriz un signo de los nuevos tiempos. Su relación sentimental y profesional con Spencer Tracy le ayudó en este viaje.

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